Cuando prácticamente han transcurrido tres meses desde que se instalara la pandemia en el mundo, a partir del brote inicial en China, dos preguntas cobran cada vez más urgencia. Se trata del cuándo y del cómo se saldrá de esta crisis.
A medida que las cuarentenas se expanden a escala global y se extienden en el tiempo, los gobiernos procuran alcanzar condiciones mínimas para enfrentar al virus y su modus operandi, con los hospitales como epicentros del impacto principal de sus efectos sanitarios.
En esta dinámica de naturaleza bélica, las preguntas fundamentales que las sociedades comienzan a hacerse son acerca del momento en el cual esta pandemia, como enemigo, será derrotada. Tal vez esta interrogante será respondida con varios “cuando”, ya que sin duda estamos ante un proceso que inevitablemente tendrá varias fases de superación, a medida que se van despejando las numerosas incógnitas acerca del COVID-19, en el tránsito hacia las posibilidades paliativas de un tratamiento y a las certezas de una vacuna.
El hallazgo de una defensa mediante la vacunación es lo que establecería el cruce de un umbral final hacia lo que todavía luce entre neblinas como el mundo post-pandemia. Y este es el territorio en el que la pregunta acerca del “cómo” es la esencial, tanto por lo que abarca en sus diversas dimensiones vitales, como en la trascendencia y profundidad de sus consecuencias e impactos en nuestra existencia.
El hallazgo de una defensa mediante la vacunación es lo que establecería el cruce de un umbral final hacia lo que todavía luce entre neblinas como el mundo post-pandemia. Y este es el territorio en el que la pregunta acerca del “cómo” es la esencial, tanto por lo que abarca en sus diversas dimensiones vitales, como en la trascendencia y profundidad de sus consecuencias e impactos en nuestra existencia.
Aquí se trata de las relaciones sociales entre la población de cada país, de los vínculos funcionales de las sociedades con sus gobiernos, de las operaciones de las economías nacionales, y en una dimensión aún mayor y totalizadora, de la configuración del orden internacional en las relaciones entre los Estados.
En este último plano juegan su rol determinante lo geopolítico y lo geoeconómico y plantean una duda de crecimiento exponencial: ¿Se está gestando un nuevo orden mundial, cuyo rostro será visible una vez que se disipe la bruma de la pandemia?Según el autor John Aberth, muchas de las pandemias del pasado fueron capaces de cambiar el curso de la Historia: la que azotó a Egipto en el siglo XIII A.C. llevó al faraón a liberar a los esclavos hebreos liderados por Moisés, lo que generó su retorno a la Tierra Prometida, tal como lo registra el Éxodo bíblico. En América Latina, la viruela importada por la conquista española diezmó a los imperios Azteca e Inca. Más cerca y relevante en el tiempo, la Gripe Española de 1918-1919 selló trágicamente el curso brutal de la Primera Guerra Mundial.
Según Aberth, una pandemia “atempera a una sociedad, sujetándola a pruebas ante las cuales puede sucumbir o sobre las cuales debe triunfar”. No existe un término medio en una plaga. Estas representan, dice este autor, “la prueba definitiva para las civilizaciones”.
Hoy, sin duda alguna, esta nueva pandemia impone una clase de ensayo que sólo asoma en determinados momentos en la Historia, de la mano de grandes calamidades de origen humano o natural. Ante la actual crisis, la humanidad está sometida a tres grandes experiencias confluyentes: la sanitaria, la económica y la social. La raíz que las une es la de la supervivencia.
A diferencia de la última pandemia, en la que el mundo dejaba atrás una guerra y se levantaba hacia un horizonte de incógnitas –entre ellas, la de posibles reincidencias bélicas y virales– nuestra era brillaba bajo la luz de las suposiciones de una prosperidad creciente, propulsada por los avances de la globalización, de las ciencias y de la tecnología. Despejados los temores de fenómenos o comportamientos regresivos, el mayor umbral a cruzar era el de adaptar la operativa del mundo para mitigar los efectos de un cambio climático en curso y de continuar expandiendo las bendiciones del capitalismo, para mejorar la vida de aquellos más atrasados en la carrera hacia un bienestar general. Con estas endebles coordenadas abríamos el 2020 hasta el brote del coronavirus. Ahora, un coro de voces variopintas se ha precipitado en describir las posibles topografías del mundo post-pandemia.
En 1989 Francis Fukuyama anunció el triunfo de la democracia liberal como sistema político predominante tras la caída de la Unión Soviética. La Historia probó el error de su anticipada audacia. Ante la actual pandemia se precipitan visiones contemporáneas del pensamiento de moda, como el historiador Yuval Harari, acerca de un mañana que se definirá sobre dos elecciones fundamentales: entre el control totalitario o el poder civil y entre el aislamiento nacionalista o la solidaridad global, tras un presente alterado en forma irreversible por la peste.
El filósofo Byun Chul-Han destaca al mismo tiempo las ventajas del dominio tecnológico sobre la esfera pública asiática para contener los contagios del virus y su expansión, pero también señala que el desafío real de esta calamidad es el de convertir nuestra existencia en la oportunidad de una revolución transformadora, para salvar al planeta de nosotros mismos tras esta experiencia.
Mientras, la mirada más veterana pero todavía vigente de Henry Kissinger, nos advierte sobre la desintegración definitiva del contrato social y del sistema de ideas y libertades, vigentes desde la Ilustración y el peligro de ver arder el mundo, como reacción a los dañinos efectos y erradas respuestas a la pandemia por parte de sus líderes.
Más allá de estas diversas visiones agudas aunque prematuras, porque aún las reglas del juego las impone la naturaleza, esta pandemia viene actuando sobre nuestra civilización como una tormenta de arena de carácter bíblico, impregnando nuestro mundo externo en todas sus esferas y engranajes pero también a nuestros propios mundos interiores.
Al paralizarnos por el temor y la precaución, el virus nos da la posibilidad de una revolución sanadora de los graves desajustes a los que nos acostumbramos con nuestra complacencia y hasta soberbia. Tal vez ese futuro incierto y condicionado por la pandemia, dependa de cómo nos volvamos a ver, tras sacudirnos el polvo de los ojos.